16 de julio de 1945. La bomba Trinity inaugura la era nuclear, con la primera detonación
controlada de una carga de plutonio. Una era que culminaría en los bombardeos de Hiroshima
y Nagasaki.
Madrugada del 16 de julio de 1945, la lluvia que durante horas llevaba cayendo en el desierto de
Alamogordo, en Nuevo México, cesaba, dando paso a unas condiciones de visibilidad óptimas que
eran deseables para el ensayo que estaba a punto de iniciar. A las 05:29:21, la noche se
convirtió en día. Una impresionante explosión, como nunca antes había sido vista, desataba
una furia incontrolable que aterró a los presentes en la prueba. Acababa de detonar Trinity,
la primera bomba nuclear de la historia, como parte del proyecto Manhattan, que daba inicio a
una era temida cuya máxima expresión y final se desarrolló los días 6 y 9 de agosto del mismo
año, con los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki.
Aquella era la primera prueba nuclear de toda la Historia. Un espectáculo presenciado por
hasta 425 personas entre políticos, científicos y periodistas, que no podían dejar de asistir
al que sin duda sería uno de los mayores acontecimientos que cambiarían el curso de la Historia.
Un acontecimiento cuya magnitud no solo heló la sangre a los presentes, sino que aún hoy día,
sigue impactando en la sociedad, 76 años después.
La era nuclear tuvo su nacimiento y culminación en poco menos de un mes, pero aquel germen
fue el origen del nacimiento de una nueva era que sin duda revolucionaría la historia de la
humanidad. Previamente El 2 de agosto de 1939, el físico alemán Albert Einstein le escribió
una carta al presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt. En ella se le informaba de los
avances sobre la fisión nuclear en Alemania, y le animaba a desarrollar un programa nuclear.
Años más tarde Einstein se arrepintió de esa carta, pero ya era tarde, ese mismo año Estados
Unidos empezó a investigar la viabilidad de las armas nucleares.
Trinity se diseñó como una bomba de fisión nuclear. Se componía de un núcleo, llamado “Gadget”,
con forma de una gran bola de acero, cuya misión era contener la carga de plutonio que se
albergaría en su interior. Los recientes descubrimientos sobre la fisión nuclear llevaron a
los científicos a concluir que si se comprimían los átomos del plutonio que contenía en su
interior, la presión y la densidad de aquella sustancia aumentaría hasta tal punto que
produciría una reacción en cadena que concluiría con la liberación de una extraordinaria
energía en forma de explosión. No andaban mal encaminados.
No obstante la teoría era cierta, aún no se habían hecho ensayos de campo, de hecho este era el
primer experimento que se llevaría a cabo de la detonación de una bomba nuclear. Se desconocían
las garantías de éxito. Siendo así, los científicos tuvieron que plantearse ante distintos
posibles escenarios que podrían suceder durante las pruebas nucleares, y en consecuencia, había
que preparar un dispositivo adecuado para actuar en cada uno de ellos. Una labor titánica
para garantizar, al menos, la seguridad en los mismos.
El laboratorio para el ensayo se emplazaba en la región de Jornada del Muerto, en el desierto
de Nuevo México, un lugar plano, sin viento y aislado en el que se emplazaría el gadget. Para
ello, se construyó una plataforma de acero de 30 metros de altura desde donde se haría detonar
aquel corazón de plutonio. La caída desde aquella altura ofrecería a los técnicos una
información muy valiosa sobre el comportamiento del monstruo en caso de un eventual bombardeo
desde la aviación.
Veinte kilotones de TNT fue el equivalente de energía liberada durante la explosión. Aquello
se tradujo de inmediato en una indescriptible explosión lumínica que llegó a convertir la noche
en día, en palabras de los propios asistentes. Quizás una de las voces más conocidas,
testigo de aquel suceso fue el general Thomas F. Farrell, que describió la explosión como un
gran espectáculo. “Todo el país estaba iluminado por una luz abrasadora con una intensidad
muchas veces mayor que la del sol del mediodía. Era dorado, púrpura, violeta, gris y azul.
Iluminó cada pico, grieta y cresta de la cordillera cercana con una claridad y belleza que no
se puede describir, pero que debe verse para ser imaginada. Era esa belleza con la que sueñan
los grandes poetas, pero que describen muy pobre e inadecuadamente”.
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